23 de marzo, 2007
DAVID GARRETT (VIOLÍN) E ITAMAR (PIANO)
LUGAR TEATRO PRINCIPAL DE ALICANTE
ORGANIZACIÓN SOCIEDAD DE CONCIERTOS
FECHA 21.03.2007 DAVID GARRIDO
David Garrett e Itamar Golan de nuevo en la ciudad del Benacantil, justo un año después de otro concierto brillantísimo que tuvo lugar en el proscenio principal alicantino. En aquella ocasión el violinista germano –con un Stradivarius entre las manos– y el lituano-israelí Golan encantaron a la concurrencia con obras de Mozart (la sonata K. 378), Beethoven (la sonata «Primavera»), Brahms (la sonata op. 100), Chausson, Chaikovski y no faltó el navarro Pablo Sarasate. En esta ocasión, a pesar de la temperatura gélida que no invitaba a salir de casa, el teatro gozó de una buena entrada, el dúo Garrett-Golan incidió en Beethoven, maravilló con Grieg y provocó los ¡oh! del público con Sarasate.
¿Qué decir de un violinista excepcional? Sencillamente que lució sus facultades virtuosísticas y de nuevo encandiló al público del Principal. Incidir sobre sutilezas nimias podría resultar jactancioso; no obstante, como todo el monte no es orégano y para vislumbrarlo está la labor de la crítica, debemos puntualizar algunas cosas. Garrett es un virtuoso con un dominio de la técnica y la digitación realmente extraordinario, nótese que se siente verdaderamente a gusto con los pasajes de gran dificultad, pero la expresividad decae en esos pasajes donde el alma fluye sin vehemencia. Eligió la «Sonata núm. 10 en Sol major, op. 96» de Beethoven y la ejecución de los dos primeros tiempos resultó relativamente empalagosa, para llegar a un tercero brillante, muy apto para el toque de habilidad magistral de Garrett.
Acérrimamente romántica, la «Sonata núm. 3 en Do menor, op. 45» de Edvar Grieg fluyó con toda su fuerza embargante. Garrett hizo un trabajo magnífico, así como la labor del pianista también fue soberbia. Y es que desde los inicios la obra de Grieg exhibe toda su complejidad. Ahora sí, el «Allegro molto ed appassionato» del primer tiempo fluyó con toda su expresividad intrínseca. Garrett demostró que es uno de los grandes; una ejecución modélica, que maravilló con el «Allegro animato» del tercer tiempo. Toque elegante, preciso, rallando la perfección, que encandiló a los presentes.
Dice Zubin Mehta que Garrett tendrá «una importante presencia en la música del siglo XXI». Seguro que sí, si finalmente, además de la habilidad, profundiza en la expresividad. Para acabar no faltó Sarasate, los «Aires bohemios, op. 20» del virtuoso pamplonés, que, ¡imagínense!, Garrett la bordó, literalmente –si permiten la expresión– sin despeinarse.